Los más de cien burritos de frijoles con queso, salpicón, mole y papas con pollo volaron junto con un pastel que los niños llegaron y agarraron a puños con desesperación
Chihuahua, Chih.- “No quiero un burrito, quiero una cobija”, una frase contundente que puede resumir la tragedia de los niños que acompañan a sus padres y que fueron abandonados por el gobierno de México en medio de la nada en el desierto de Mápula en Chihuahua.
“¿No tienes hambre?”, le pregunta la señora. “Sí, pero tengo más frío”, responde el menor de entre 5 y 6 años.
Su rostro lo dice todo. Ya muestra las señales de la falta de alimentación con pómulos salidos; unos labios partidos posiblemente por el clima frío de las noches y unos granos que asoman alrededor de ellos.
Su madre viene con otros tres hijos más, entre ellos una bebé de seis meses a la que alimenta de pecho. A la pregunta de, qué come para tener leche para su bebé, se limita a decir que “tomo mucha agua”.
La bebé, en los brazos de su madre, denota un semblante de tristeza y no ríe.
Ella viene caminando desde casi un kilómetro adelante. “Hasta allá no llega la ayuda», dice, «los primeros acaparan todo y allá no llega nada. Si queremos algo, tenemos que venir hasta acá”.
Al final, en tumulto, abrieron el auto y tomaron las cobijas; en el vehículo también había dos teléfonos celulares y unas cuantas monedas, pero esos no fueron tocados. Sólo tomaron las cobijas.
Armada con más de cien burritos que hizo durante toda la noche, 48 botellas de agua de medio litro, diez paquetes de papel higiénico y seis cobijas que lavó un día anterior, le pidió a su esposo que la acompañara a llevar a los migrantes abandonados en Mápula.
No tenía dinero, pero se endrogó con la tarjeta para comprar las tortillas de harina, la carne, los frijoles, el agua y el papel higiénico
Tampoco sabía dónde estaban, pero eso no la iba a detener, dijo mientras entregaba burritos y los padres de algunos niños luchaban por mantener el orden. “¡Primero los niños!», gritaban una y otra vez y ponían a los menores por delante de la fila.
Los más de cien burritos de frijoles con queso, salpicón, mole y papas con pollo volaron junto con un pastel que los niños llegaron y agarraron a puños con desesperación.
En todo momento los adultos dieron prioridad a los niños; algunos llegaron y pedían para sus hijos que estaban en los vagones más alejados. Otros para enfermos y adultos mayores que no podía caminar.
Al final, los más de cien burritos, 48 botellas de agua, 10 paquetes de papel higiénico, un pastel y seis cobijas no fueron nada ante las necesidades que enfrentan.
Durante la entrega, pasaron otros vehículos y también dejaban algo, más improvisado que con un plan de ayuda, desde botellitas con agua, hasta cervezas.
Cual gueto moderno, se percibe ya una guerra interna por los alimentos y todo lo que llegue.
Los más inteligente o los más fuertes, ya han conseguido los primeros lugares de los vagones en el camino que viene desde la carretera a Delicias para acaparar lo que llegue.
Los más fuertes ya empezaron a abandonar el lugar con toda su vida en una maleta y en el mejor de los casos con una cobija. En el camino de regreso algunos jóvenes levantan el dedo a los pocos automovilistas que pasan pidiendo un “aventón”. Los más viejos y los niños, como en la selección natural, se van quedando atrás.
Sólo hay dos cosas a las que le temen; a los agentes de Migración (INM), a quienes acusan de incluso golpear a los niños, y a los narcos.
La mayoría está en la creencia de que en la “Puerta 36” de Estados Unidos los van a recibir con los brazos abiertos. “Conozco mis derechos, yo estudié”, dice una de las mujeres mientras maldice haber cruzado por México.
Otros consideran que la situación por la que están pasando en Chihuahua es peor que el “Tapón del Darién”, el cual, dicen, cruzaron durante siete días caminando desde la madrugada hasta el anochecer.
Tampoco saben dónde están ni cuánto falta para llegar a Ciudad Juárez. Entre ellos hay la creencia de que Chihuahua es como un pueblo de Bolivia o Ecuador.
Al final, el miedo, la desesperación y la angustia, no les han hecho comprender que están en un país que no es el suyo, que enfrentarán un destino mucho más incierto en la frontera, y que lo poco o mucho que han recibido en estos días, han sido de gente noble, valiente y leal.
Sólo hay dos cosas a las que le temen; a los agentes de Migración (INM), a quienes acusan de incluso golpear a los niños, y a los narcos
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